
Amigo organillero,
arranca con tus notas
pedazos de mi alma,
no importa que el recuerdo
destroce mis entrañas
tu sigue toca y toca.
Amigo Organillero, Javier Solís
Texto y fotos: Ana Ivet Vázquez Palacios
Detrás del templo mayor, en el zócalo de la ciudad, una melodía intenta llegar a los odios de los acelerados transeúntes, la música sale de un viejo organillo. Pedro Pérez, el organillero, gira una manivela del antiguo aparato musical y se reanuda “El cielito lindo”, su acompañante intenta recolectar dinero acercándose a los caminantes que los ignoran, los evaden. Ellos intentan prevalecer como parte del paisaje sonoro de la ciudad de México.
Pedro Pérez lleva más de dos décadas ganándose la vida así, todos los días se instala en la calle República de Guatemala con la esperanza de juntar algo de dinero. “La gente ya no coopera como antes, ya ha bajado bastante la recolección de dinero pero no nos quejamos es algo que nos gusta hacer además de ser nuestro trabajo. Ya no les interesamos tanto, es natural, todo va cambiando” sigue tocando el instrumento también conocido como cilindro, y busca con la mirada a alguien que le esté poniendo atención.
En las esquinas, avenidas, parques, celebraciones religiosas, en el lugar más importante de alguna ciudad o de un pueblo se podrá apreciar a un trío de uniformados con el atuendo villista recordando los años mozos de gloria para el organillero como lo fue en la época de Don Porfirio Díaz. El músico sigue cargando su instrumento a cualquier calle, donde mejor le parezca adecuado para colocarse y comenzar a tocar.
Sin duda el organillero se ha convertido en un personaje folklórico del paisaje, quien no sólo se esfuerza en cargar la caja de madera y acero que emite alegres notas, también cae sobre sus hombros el mantener viva una tradición.
A principios del siglo XIX en la parte norte de Europa se elaboraron los aparatos musicales: Francia, Inglaterra y Alemania fueron países en donde se escucharon las melodías tradicionales de cada lugar. En sus orígenes se presenciaba a un changuito como compañero del organillero el cual pedía dinero. Los curiosos se juntaban alrededor de donde provenía la música para pedir una canción o simplemente para alegrarse. Tuvo gran aceptación ya que no había ningún invento parecido, pues aún no existía la radio o la televisión.
La imagen del chango desapareció conforme pasaron los años hasta llegar a un acompañante humano. Durante los últimos días del siglo XIX el paisaje alemán se transportó al continente Americano situándose en los países de: Argentina, Chile y México.
De acuerdo al libro La vida de los organilleros tradición que se pierde del autor Víctor Inzúa señala que los organillos llegaron a México en el año de 1884; la casa comercial que los puso en venta fue la A. Wagner & Levin Sucs. (Repertorio de música y almacén de instrumentos). Esta casa comercial tenía en la República Mexicana tres sucursales, por tanto, este instrumento tuvo sus épocas de auge y popularidad en diversos lugares del país.
Finalmente en 1927 enmudeció la fábrica de Alemania y se dejaron de producir, por lo que ya no se exportaron a México. De fabricación alemana, pero importados por varios italianos, (entre los cuales se encontraba un propietario de apellido Panzi), los primeros organillos encontraron campo propicio en esta ciudad, y se convirtieron más tarde en parte de folklore nacional.
Las primeras presentaciones del cilindro en esta ciudad, así como en algunos lugares de provincia fueron hechas por empresarios de ferias, circos, carruseles y de espectáculos, con la finalidad de aumentar la alegría de sus diversiones. De esta manera este instrumento fue tomando un carácter popular.
Por otra parte debido a que cierto estrato de la población carecía de esparcimiento musical, este aparato tuvo otro uso y los cilindreros comenzaron a tocar sus melodías por otras partes de la República. Fue así como aparecieron por primera vez los abnegados y sufridos cilindreros ambulantes, los cuales empezaron a recorrer barrios, plazuelas y callejones, además de que tocaban bajo los balcones por unos cuantos centavos
Durante los primeros años del siglo XX se mando a hacer a Alemania organillos con canciones mexicanas, comúnmente se tienen ocho por cada instrumento de trabajo (algunos contienen doce). Todos los aparatos suelen tener diferentes géneros musicales por ejemplo: vals, rancheros o simplemente boleros.
Dentro de las canciones más representativas se encuentran: Volver volver, La bikina, Cielito lindo, las tradicionales Mañanitas o Las golondrinas. La composición de la caja musical no suele ser 100% madera, también cuenta con acero, pino y aluminio en la parte de las puntillas.
Por otro lado el inconfundible uniforme beige: bonete o simplemente gorra de organillero, camisola y pantalón los portan en honor al ejercito villista, se combinan el saber y el sentimiento musical, recuerdos nostálgicos, que han despertado por décadas en memoria de los transeúntes. Un aspecto característico del músico es el bonete el cual es utilizado como "recipiente" en donde la gente deposita las monedas con las que ayudan a mantener su salario.
Hoy en día se cuenta con la presencia de cuatro organilleros en el paisaje del zócalo capitalino, uno frente a la Catedral, detrás del mismo edificio arquitectónico ósea la calle de República de Guatemala, otro más frente al palacio de Gobierno y alguno otro a unos cuantos metros.
Como participantes de esta revolución cultural que aún pertenece en la sociedad, los integrantes de este movimiento se ganan la vida pidiendo cooperación a la escasa audiencia que se detienen unos minutos para escucharlos, ahora son pocas las personas que piden una complacencia pues el estrés, los reproductores musicales (el iPod) en la población han ocasionado que ya no se les preste tanta atención a los interpretes.
Frente al palacio de gobierno ubica a un trío de uniformados, uno de ellos luce más joven de aproximadamente 23 años llamado Jorge González, estudiante de universidad del Estado de México ha ejercido durante tres años el oficio informal de organillero, salario informal con el cual mantiene sus estudios y quien trabaja a lado de su padre y su hermano durante los fines de semana menciona: "mucha gente no valora esto, a mucha gente ya ni le gusta esa música ya ni le interesa, porque ya no les han inculcado ese tipo de arte, esa cultura, muchas veces se van por otros géneros (musicales) pero hay muchas veces que pasan frente al cilindro lo escuchan y no...-con una expresión de melancolía.
"Llevando un ritmo también te cansa, nosotros llevamos tocando desde las ocho de la mañana y nos vamos hasta las tres y media". La jornada laboral informal es agotadora, deben mantenerse debajo de los rayos del sol o la lluvia pues de los cuatro organilleros que se encuentran en el primer plano de la ciudad con una distancia de 400 metros como lo marca el decreto de la Unión de Organilleros del Distrito Federal, se mantienen de pie durante siete u ocho horas sin descansar un sólo momento.
Algunos organilleros llegan a trabajar 6 días a la semana con una jornada ardua al aire libre. Para estas personas no hay día de descanso.
La actividad que desarrolla el organillero es un trabajo no asalariado, pues sólo recibe lo que la gente le da por oír la melodía de ahí se deduce que no tienen una entrada fija tal y como lo explicó Jorge: "el sueldo es variable, por ejemplo, tienes un taxi y depende de la suerte que tengas es como te puede ir, a veces te puede ir bien, a veces no te puedes llevar nada. Solo les va bien los que tiene un sueldo fijo, todo depende de la suerte y de las ganas que tengas para trabajar."
Aproximadamente las entradas económicas diarias del cilíndrero llegan a fluctuar entre los 150 y los 200 pesos. Tal cantidad se divide en partes iguales dependiendo de cuantos sean los que hayan trabajado. Algunos organilleros, además de sostenerse económicamente del cilindro suelen tener otro oficio del mismo carácter irregular en el salario.
