“Amad al arte por sí y entonces
todo lo demás se os dará por añadidura”
Oscar Wilde
Gerardo J. García
Siendo el año 2012, apocalíptico según la cultura popular, México atraviesa por una época de gran complejidad e inmensa desesperanza. Un país dominado por intereses particulares, políticos corruptos, violencia, represión, pobreza, falta de educación y todo el largo etcétera producto de un neoliberalismo mal aplicado. Secuelas por todos conocidas, y que tienen su semilla en un pasado tan próximo o tan lejano como la generación relatora lo sostenga y lo viva.
En este escenario caótico, posmodernista e insípido, florece una generación gris, temible, desinteresada, hedonista. Algún crítico, columnista y periodista, creativamente, ha asignado la última letra del abecedario que sociólogos habían estado barajeando desde casi dos décadas. Generación Zoé, le han llamado a este cúmulo de jóvenes, quienes vivieron un entorno cultural, musicalmente hablando, de la cual la banda Zoé es símbolo y patrono.
¿Quedó claro?
Semejantes a una horda de zombis, pálidos y sin voluntad, esta la generación Zoé se define por una camada de músicos que cantan a la Via Láctea y otros cuerpos celestes, disparates dignos de un drogadicto o algún otra alegoría de los demonios del siglo XXI. Y no es cosa de risa, pues nuestro crítico primordial ha encontrado una consistencia en esta postura frívola, al mencionar un par de canciones más, agregando solidez a un argumento pleno de verdad.
Reprochamos entonces a estos jovencitos que gasten un salario mediocremente ganado en espectáculos tan vanos y comerciales como el Festival Vive Latino, organizado por la ultracapitalista y enemiga de lo bueno OCESA. Esto no pasaba en otros tiempos, cuando los monopolios no existían en el terreno de los espectáculos. ¿Alguien vivió en aquellos años dorados? ¿En realidad existieron? Porque, en lo que a la generación Zoé respecta, no.
En dicho festival, encontraremos muestras por doquier de este desinterés por la política y la protesta. No, ya no. Ya no quedan bandas con la irreverencia de Molotov o la crítica de Café Tacvba. Inclusive cuando la primera banda mencionada haya menguado un poco su irreverencia por colaborar con campañas a favor de ciertas compañías de pan, hace ya unos 5 años. No cuando la segunda está haciendo un llamado por no votar en las elecciones próximas a realizarse.
Por otro lado, tenemos a Zoé, banda que fomenta la fuga de la realidad con canciones cursis o disparatadas. Hace falta echarle un oído a la canción Nada, de su última producción Reptilectric Es un grito de crítica con metáforas encaminadas a la reflexión social, o más aún, al individuo.
No escuchamos tampoco Lost in my edge, de los Concord (que, cabe mencionar, está formado por miembros de bandas contemporáneas de Molotov): “Ahora no puedo conectar con lo que siento en realidad no sé si alguna vez ¿He perdido a mi límite? ¿He perdido a mi límite?
Quizás nuestras bandas dejaron de apuntar hacia los curules purulentos del senado, hacia los rostros públicos en el noticiario, y decidieron mandar un mensaje triste, cifrado y difícil de entender a primera instancia.
Quizás la generación Zoé está llena de apatía, pero la música, y mucho menos una simple banda, están lejísimos de ser una explicación lógica. Vivimos una época en la que Caifanes se ha vuelto servidor de Televisa, Enrique Bunbury hace covers a diestra y siniestra y Gustavo Cerati se debate entre la inmortalidad y el sueño. Permanece la generación Zoé como último bastión de un mundo donde parece más importante twittear el evento, que el evento en sí. Con todo y sus salarios de telefonistas.
Por último, no debemos de olvidar que el arte es un asunto que vibra mucho más allá de las esferas de lo sociopolítico. Es una cualidad innata del ser humano. El artista no debe ser político por naturaleza. Oscar Wilde, escribió hace ya bastantes años, unas líneas que apoyan mi teoría, y que se encuentran justo al coronar este artículo.