Fotos por Gus Galván
En medio de una noche fría como las últimas de este invierno, se ofrece una velada novelera en El Teatro de La Ciudad Esperanza Iris con la afable compañía de Regina Orozco.
Su voz y la placidez del repertorio musical espolearon al publico en cada nota desprendida románticamente para hacer recordar viejas anécdotas, viejas canciones que enmarcaron cada paso de su vida.
Desvelar al publico, con aquéllas notas, momentos arrebatadores de su vida, transmitir en tácitas piezas musicales emociones solo concebidas con amor.
Por otro lado en cada entreacto, siempre con su actitud electrizante, la Megabizcocho como ella se hace conocer arrebataba sonrisas alborozadas con sus chistes y bromas en compañía de cupi como ella llamaba a un cupido de melena rizada y rubia quien le llevaba agua al termino de cada interpretación para atemperar su voz.
Su primera anécdota tan recordada y enmarcada para la cantante y actriz fue cuando comenzó a platicar sobre Erick, un niño de 11 que a ella le gustaba cuando contaba con 9 años, entonces como ella lo recuerda “Es que mis compañeritos tocaron a mi puerta y me dijeron: “Tienes 60 segundos para decirle a Érick si quieres ser su novia”. Entre nerviosa y angustiada los niños comenzaron su cuenta, uno, dos, tres..., para el segundo número 38 yo seguía muda de la tremenda emoción. Lo único que pensaba era, ¿Su novia? ¿Cómo se hace eso? ¿Yo su novia? 39, 40, un grito se escucha- ¡Tata! -Así me llama mi madre dice – ¡Ya metete!, que te pongas hacer la tarea entonces yo emocionada le digo- es que Erick se me declaró! Dice que si quiero ser su novia y ella me contestó – Dile que no, que solo amigos, para el segundo 56 le dije- no que solo amigos, entonces él se dio la media vuelta y no me volvió a hablar.
Ahora después de aquél momento ella lo recuerda y bromea con el público pidiendo que si alguien conoce a Erick le hagan saber que tienen un asunto pendiente porque ella sí quería ser su novia. Como ésta muchas otras anécdotas compartió Regina en el escenario.
Así como también sus cambios de vestuario que engalanaban su figura y resaltaban su algazara interior que vertía con tanto sentimiento, como aquélla canción que su hermana compuso para sus abuelos en una instancia en la que su abuelo enfermó de alzheimer y no recordaba ya a su abuela, el llanto brotó y con un dulce aliento llenó de nostalgia y melancolía su taciturna melodía.
Las tres últimas piezas que Regina interpretaría enternecieron corazones, incitaron sentimientos, desbordaron lágrimas, conjugaron almas y despidieron a una gran voz.