Txto: Emir Castañeda
Fotos: Edlin Castro
Fotos: Edlin Castro
Lo que en sentido estricto se llama felicidad, dice un psicoanalista austriaco, surge de la satisfacción, casi siempre instantánea, de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión y, de acuerdo con esto, sólo puede darse como fenómeno episódico. Por lo tanto, la felicidad es como un respiro para el naufrago que se ahoga en medio del mar; un instante de confort y alivio en una situación desesperante. Es como el concierto de Röysopp el 28 de de abril del 2012: un breve episodio.
Un viaje de Noruega a México dura poco más de medio día, dependiendo la ruta que se haya elegido. Llegar al Auditorio Blackberry desde mi casa, me llevó casi dos horas. A la entrada, la fila me entretuvo unos 30 minutos. Y adentro, esperé no sé cuánto. Todo, para que Torbjorn Brundtland y Svein Berge nos deleitaran no más de hora y media.
La tocada de Röyksopp fue el ejemplo perfecto de que la felicidad es efímera. Así como llegaron se fueron. No importó el buen ambiente que se vivía en el Auditorio, ni tampoco que oliera a nuevo. Los noruegos tocaron un poco, se bajaron del escenario y luego regresaron, pero sólo para irse otra vez; después de hacer saltar a todo el Auditorio sobre las puntas de los pies y con los brazos levantados con “Poor leno”.
Según la estructura dramática clásica, todas las historias tienen planteamiento, desarrollo y un desenlace. Pero es evidente que algunos aspectos de la realidad no obedece cánones o estructuras teleológicas: la historia del sábado por la noche no cumple con la regla; fue algo inefable. El concierto de Röysopp supo a incompleto.
“Tocaron en corto” es una frase común a la salida, en la calle Tlaxcala. Muchos se quedaron con el mismo gesto que pusieron al ver a los dos noruegos bajar del escenario: ojos bien abiertos y expectativos que de noche semejan a los del lémur en la selva. Ojos que esperan más música, más espectáculo, más diversión; lo que sea, pero algo más. Al parecer nadie creyó que fuera el fin de la tocada, nadie gritó por la “otra”. Hasta que cayó el veinte, y al guíen por ahí, seguro aficionado de la barras futboleras, comenzó a aplaudir y corear “Röyksopp, Röyksopp”.
El concierto del sábado 28 fue sólo un momento más de un discurrir continuo, pero a la vez pausado. Un elemento de una secuencia de hechos placenteros, efímeros y reconfortantes que hacen al mundo algo habitable a pesar de todo lo que ocurre en él. Y es que en un país manchado de sangre, un abril como el del 2012 no da esperanza, pero hace más llevadero el hedor del corrupto Wal-Mart, de los muertos del norte, y el desahucio que siente uno al ver las campañas electorales.
Röyksopp fue el remate de un mes que llegó para quedarse en las memorias electrónicas de las cámaras digitales de miles de melómanos; que bien fotografiaron, videograbaron o ambas, a Radio Head, a Pulp, a Rogers Waters o a los intérpretes de “Remind me”―una de mis canciones favoritas― . Y digo en las memorias electrónicas, porque parece no ser suficiente ver y disfrutar el espectáculo, ahora hay que grabarlo o fotografiarlo. Así es la felicidad; tan efímera que hay que guardar pruebas de que algún día la tuvimos con nosotros.
Pero porque la felicidad es un pasajero intermitente, entiendo que pronto volverá. Espero pase lo mismo con Röyksopp, espero pase lo mismo con este abril.
EL breve instante…
Alrededor de las 11:30pm del sábado, Torbjorn Brundtland y Svein Berge saltaron al escenario para presentar la primera rola de la noche, y que también era una de su primer disco; aquel Melody A.M que vendió poquito más de un millón de copias en el mundo entero. “So easy”, no puso a bailar a los espectadores pero sí levantó puños e hizo mover cabezas de un lado a otro con un ritmo tranquilo pero lleno de vida.
A esa magnífica canción le seguiría “Eple”, y a ésta “What else is there?”. Ambas, de lo mejor de los noruegos. Si bien la velocidad de la presentación fue vertiginosa, el talento, aunque en forma de destello, logró deslumbrar a todos los que bailaban en pista y gradas. No hay duda, algo de eso tiene que ver con que le audio del Auditorio Blackberry sea nuevo.
El escenario sobrio; con una cuantas estrobos y luces rítmicas de colores que iluminaban los sintetizadores y demás instrumentos, fue el lugar perfecto para que Svein Berge se pusiera la chamarra con foquitos y jugara a las espadas con un traje rojo semejante a los de instructor de defensa personal. Las buenas intenciones para dar un buen show se agradecen, tanto como las ganas de hacer feliz al público con la música electrónica en vivo, aunque sólo haya sido un breve instante.