TXT y Fotos: Angélica Bernal Larios
Las
sirenas fueron descritas por los griegos como seres con rostros hermosos
dotados de una voz musical atractiva e hipnótica. Cuando el espectador está
frente a mujeres de voces privilegiadas como las participantes del Primavera Jazz
2012, puede creer que los griegos no hablaban de seres fantásticos, quizá sí
existen aunque sin cola de pez.
El
pasado 29 de abril la Fundación
Sebastián fue escenario de un encuentro musical particular. El músico Matías
Carbajal decidió ser el acompañamiento en el piano de cuatro voces femeninas
que también participaron por separado en el festival. Pero no sólo hubo
cantantes, también una pianista y una flautista hicieron compañía. A esta
presentación la denominó “Cebiche de sirenas”.
El
escenario ofrecía una iluminación relajante: luces tenues que variaban en
color, por momentos eran moradas, a veces se tornaban más bien rosas u optaban
por cambiar al rojo. El fondo negro permitía que los instrumentos destacaran,
así como los vestidos de colores cálidos de las cantantes: naranja, verde y
café fueron los colores preferidos. Sí, no hay duda. Ya es primavera.
El
público no desentona, van ad hoc con la ocasión y con la
temporada: vestidos de manta o de telas delgadas en colores claros, playeras,
bermudas, faldas o shorts, acompañados de sandalias. Unos además decidieron no
dejar para después sus lecturas y llevaron consigo sus libros para avanzar en
esa labor mientras esperaban a que el concierto iniciara.
El
lugar no luce muy lleno, pero las personas parecen dispuestas a disfrutar de un
momento de relajación, quieren dejarse llevar por la música. Las limitaciones
físicas no son problema pues se observa a un grupo de cinco personas en sillas
de ruedas muy ansiosas por escuchar el concierto. Y eso es lo más importante.
A
pesar de la espera de treinta minutos, el público aplaudió con evidente emoción
cuando vio salir a Matías Carbajal. Y no es para menos, pues es considerado un
músico sobresaliente. Su proyecto más famoso e importante, según sus propias
palabras es Matoys, un grupo compuesto por cinco músicos que fusionan el jazz
con ritmos árabes y étnicos mexicanos, entre otros.
Aunque
las voces de las cuatro cantantes tuvieron su propio espacio, destacó la
presencia de Dulce Chiang, no sólo por ser la vocalista de Matoys o porque
fuera la de mejor voz, sino porque en todo momento se asume como lo que es: una
cantante, una artista. Su seguridad al plantarse en el escenario, sus
movimientos en el escenario al compás de la música, muestran que entiende muy
bien su papel. No descuida ningún detalle.
Pero
Louise Phelan no se quedó atrás. Con la experiencia que tiene, sabía
perfectamente que hacer. El gesto adecuado en la estrofa adecuada, a veces
prefería ocultarse en las notas musicales, pero cuando era el momento,
disfrutaba de ser la voz principal.
El
concierto transcurrió muy deprisa. Una hora pasó casi de manera imperceptible.
Cuando Matías anunció el fin, tomó a varios por sorpresa. “Otra, otra, otra”
fue el reclamo generalizado. No podían dejar a los espectadores así. Por eso
tocaron una última pieza, con todas las sirenas reunidas, unas haciendo gala de
su voz, otras de su habilidad con sus respectivos instrumentos. Sí, si las
sirenas existen, seguro deben cantar jazz, pues es música del corazón. Música
que enamora.